He experimentado el transporte público en Colima desde que existía la ruta amarilla y la verde. Una del este y otra del oeste. Íbamos a Bahía 70, la estación de transbordo por excelencia, para poder ir a Villa de Álvarez. Ví iniciar la ruta 1, y de regreso la ruta 2 por la recién asfaltada Felipe Sevilla del Río. Tiempos cuando aún las rutas eras legibles, sabías de donde venían y a donde iban. Vimos transformar los grandes vehículos por los minibuses, y vimos como el desenfrenado crecimiento urbano de los años 90 hizodesaparecer esa legibilidad, esa novedad y esa necesidad de usar el transporte público, para sustituirlo por más autos, más destinos lejanos, más confusión en los viajes.

Ahora, ya no como usuaria pero como analista urbana, me doy cuenta de una verdad oculta atrás del mito actual del transporte.

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Pedro Guerra, trovador canario contaba:

“Cuando salí de mi pueblo y llegue Santa Cruz de Tenerife la capital de mi isla, entendí que mi pueblo no era una ciudad, cuando salí Santa Cruz de Tenerife y me fui a Madrid capital del país, entendí que Santa Cruz no era una ciudad, pero cuando llegue a la Ciudad de México, no pude entender más nada”.

Algo de esto nos pasa en Colima. El crecimiento continuo de la misma nos ha llevado a perder la escala actual de la ciudad. Fluctuamos entre una metrópoli en desarrollo, una ciudad en expansión que a su vez ha generado espacios en abandono.

Este es el caso del centro histórico de Colima. El área con mayor potencial de desarrollo instalado en la ciudad: un espacio urbano compacto, caminable, con corredores comerciales, transporte, usos mixtos, grandes espacios públicos, integración urbana con los ríos y arroyos, riqueza patrimonial urbana y arquitectónica, historia, tradición e identidad. Aún cuando cada día miles de personas asisten al centro, la ciudad está expulsando a sus habitantes. En el tenemos la más baja densidad de habitación en la ciudad, con tan solo 14 habitantes por hectárea, cuando la mínima debería ser de 65 habitantes por hectárea.
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Las áreas verdes en la ciudad son espacios de esparcimiento colectivo, son nuestro espacio común fuera de la casa, trabajo o el estudio, facilitan el encuentro y el intercambio. Como utilizamos estos espacios son el reflejo de nuestras relaciones como sociedad.

En un estudio realizado por el Instituto de Planeación, evaluamos la calidad de nuestros espacios públicos por su accesibilidad universal y visibilidad, por los usos y actividades diversos que ofrece, por el confort y la imagen, y por la sociabilidad.

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